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Malestar salobre. En el paladar, en la mirada, en la boca del estómago que se encoge. Escondido en el trabajo; escaso pero muy concentrado en el tiempo, y por eso agotador. Buscar siempre lo positivo, lo que sea motivo para alegría futura (y que por eso mismo ya empieza a serlo). La distancia, la certidumbre de la muerte de algunos seres queridos; a veces uno o diez años se antojan un suspiro. Tras los pasos de mi sombra, que de todo esto sabe más que yo. Recordando con aprensión a Freud el sabio. Enfrascado en las páginas de Zweig ('El mundo de ayer').
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Que el silencio resonara en todo el Universo para detener su vertiginosa apariencia -la verdadera diké- y que la paz y el no dolor fuesen apodícticos. La alternativa menos estúpida.
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Porque mi enemigo no son Zeus ni otros endomingados ensueños, sino las moiras fatales y frías, las exactas e impasibles directrices del alma y de cuanto exista.
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lunes, 14 de diciembre de 2009
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