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No hay pacto posible con la existencia -ni con el mundo ni con la propia alma-, ni es posible huir de ella ni derrotarla. El único progreso posible -escaso y nunca definitivo- es el de la cada vez mayor resignada fortaleza que la lucidez exige. Una vida lúcida y en pie (al menos no demasiado engañada y vergonzante) es la monótona y cansina y absurda recompensa que algunos reciben. Tomar en serio tal verdad, la única que mis retorcidas vísceras y parco pasado admite es demencial... de más allá de las palabras, el dolor, la justicia y el amor.
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martes, 23 de febrero de 2010
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