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Todo fluye es que la inevitable ley que hace inseparables el progreso y la esclavitud, ya sea en ciertos pueblos -Grossman y Rusia- o en la especie entera -Horkheimer- no evita la espontaneidad e individualidad que forman parte esencial del ser humano. Este y aquel totalitarismo caerán, como desaparecerá la sociedad tecnocrática y burocratizada que hoy nos disuelve, en nombre de la libertad (más bien de la no previsibilidad) para, pasados los años volver a sufrir, con otro rostro, el eterno totalitarismo.
No sé si es este un mensaje optimista, pero me inclino a pensar que no. Me recuerda a la eterna y absurda dialéctica de lo apolíneo y lo dionisíaco. ¿Para qué la libertad? es la pregunta sin respuesta que hiela el alma. En cada existencia este juego de los contrarios termina siempre con el agotamiento y la derrota del individuo.
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La maldad y el sufrimiento son eternos, son un infinito páramo en el que nos vemos arrojados. Podemos pensar -envidiable optimismo el de Nietzsche o el de Grossman- que de cuando en cuando el buen Dios -o nuestros genes enfermos y voluntaristas- han sembrado algún pequeño oasis para solaz del naúfrago viajero.
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domingo, 14 de marzo de 2010
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