En mi caso (y todos los casos
son individuales y toda valoración
de lo propio y lo ajeno es siempre
muy particular y sujetiva)
mi pesimismo es profundamente
triste y las alegrías una necesaria
coraza de mis bajos instintos,
necesarios e inevitables pero no
por ello más dignos de respeto.
Discípulo frustrado de la Biblia
y Platón, y temo no saber
explicarme dada la cortedad
del asunto y mi propia ineptitud,
he llegado al monádico convencimiento
de que tan perjudicial resulta leer
con cierto detenimiento y simpatía
la Biblia, Fedón o el Zaratustra.
Nocivos por igual, evidentemente,
para aquello tan extraño y denso
de tan simple y luminoso de la vida
y la felicidad, el tú y el yo, los sueños
y los espejos, el lenguaje y el silencio.
jueves, 16 de abril de 2009
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