jueves, 18 de junio de 2009

Comentario

Un buen proceder. Decir lo que se piensa (¡pero no a todo el mundo!, ¡ni pareciendo siempre que lo piensas o sientes realmente! ¡la honestidad del poeta y del cínico) y pensar/sentir lo que se dice (aquí el filósofo, y todos lo somos un poquito, y sus inevitables telarañas) adentro del laberinto lingüístico.
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Esto ya no está tan claro. La individualidad que se sabe prisionera del lenguaje y que le exime de tomarse metafísicamente en serio a sí misma. Sí, pero siempre con la ocupación de ser y sentirse (una nada). Siempre al cuidado de su pequeña ínsula desértica. Una nada que no nadea, que es real, realmente individual. La Nada verdadera, la verdad definitiva y nutritiva, sólo es decible desde el metalenguaje. ¿Olvido? Olvido de la nada, olvido de ser. De ser nada. Y ahora lo del misterio, y bla, bla, bla.
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Creímos ganar algo al desvelar la fraudulenta, incestuosa, relación entre el pensamiento, el lenguaje y la realidad. Hoy sabemos que son sólo palabras para referirse al mismo no referente sin sentido. Que como simples palabras no sirven para fundamentar ni aclarar cosa alguna. El pensamiento, el lenguaje y la realidad son meros atajos útiles de y para la nada. Quizá lo único positivo de tan antifilosófico descubrimiento sea el de obligarnos a una nueva honestidad.
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