Si es cierto, y a mí me lo parece leyendo la voluminosa y bien armada obra de Fernández Álvarez, que es necesaria una lectura autobiográfico-hidalga-hispánica de la obra de Cervantes, y que vuelve realmente atractivos sus libros, queda por dilucidar, más allá de la historia y lo objetivo, el salto cualitativo que se da entre lo español desencantado y el símbolo universal de lo quijotesco. Ésta sí parece labor del literato o del filósofo. Remite al ámbito de la creación de mitos universales, indiscutible e inexplicable. Cuestión abierta, y de relativa importancia.
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Otra cosa. Mi patritismo suicida me hace sufrir leyendo la historia moderna de España. No me ocurre con la medieval ni la antigua. La contemporánea, ni probarla. Quizá soy un ultramontano -a veces me lo creo y me acuerdo del anarquismo reaccionario de Valle- o quizás un regeneracionista desencantado, lastrado por una metafísica negativa. Sólo sé que desde hace casi 40 años me veo personalmente reflejado en la Historia de España. No porque en mí hayan influido los grandes acontecimientos, sino, como paralela y mágicamente, porque es también mi biografía la historia de un fracaso. Heróico y patético si se le conocen los entresijos.
lunes, 15 de junio de 2009
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