martes, 23 de junio de 2009

Martes 23

Estas son unas líneas que me ha pedido A.K. para una revista que él y otros jóvenes de entre 18 y 30 van a sacar. La invitación vino tropezada y como de compromiso, que yo agradecí. Fue todo demasiado rápido y efusivo, demasiado caótico. Acepté al tiempo que me arrepentía. Dejé pasar las semanas, ya me había olvidado del tema, cuando G. me lo recordó. No queda más remedio.
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Difícilmente puedo yo encajar en tan noble proyecto. ¡Ya participé en los míos! Ustedes y yo no hablamos de lo mismo; cómo no iba a serlo con la ancha distancia en el lenguaje, el tiempo y la voluntad que nos separa. Pero… amica veritas sed amicus amici. Además, y aunque sé que es muy discutible, creo que sí hablamos de lo mismo, porque como en el relato de Borges todos los hombres siempre, desde la primera lágrima, contamos en infinitos lenguajes la misma historia sin pies ni cabeza. Que el alma es todo el universo pero que el alma es de cristal. Que nada se sabe y que nadie se entiende es otra cuestión, no menos cierta pero menor. Perdonen mi cansancio.
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Dijiste mal. Tras la juventud no llega ninguna madurez sino la podredumbre, que a cierta edad es la única forma en que la honestidad y la vida son posibles. Me aterra tan preciada palabra, la madurez, porque temo que sea uno de los nombres del Leviatán. Las verdades más profundas del corazón y la inteligencia, las que nos son más propias –aunque también las más temidas y repelidas- han de ser indecibles, incomprensibles, contradictorias, inacabables. Sólo experimentado tu azarosa nimiedad serás un poquito más libre, menos acorde y conformado con el pensamiento y el sentimiento únicos. Quiero ser feliz, pero no a cualquier precio, no al precio de una felicidad regalada y humillante, no al precio de la sumisión satisfecha. ¡Siempre a la contra! Que ante el espejo yo no me avergüence ni me engañe demasiado.
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Hubo un tiempo en que descubrí que yo podía preguntar lo que realmente me interesaba. Por disparatada e ineficaz que fuese la interrogante, yo era libre de preguntar por cualquier asunto. Por qué hemos de morirnos; por qué el nacimiento, la conciencia, los sentimientos. Por qué disfrutamos los seres humanos engañándonos y golpeándonos con la rabia más espantosa y absurda; por qué los fantasmas del alma y sus laberínticas trampas. Con el tiempo aprendí que eran posibles respuestas personales, absurdas, incompletas, irracionales, sin repetir las de los libros y los amigos más queridos. Hoy ya he comprendido que ni las preguntas ni las respuestas son importantes, ni tampoco necesarias o verdaderas. La conciencia de tal vacuidad intelectual es todo lo que he alcanzado, y me horroriza la idea, que a veces me llega en forma de pesadilla, de verme convertido en un satisfecho artefacto racional capaz de preguntar y responder, y capaz de vivir en paz conmigo mismo y con el universo.
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Todavía demasiadas veces me siento frustrado –el más innecesario e inevitable de los sentimientos, la frustración- triste, decepcionado. La vida aún me asedia y me llama al combate, quizá mejor a la resistencia. La lúcida y honesta resistencia que puede oponer un alma a sí misma, a su pasado y conciencia. Sí, se puede decir de este modo, algunos combaten y otros resistimos en el injusto e innoble acto de la existencia. Son formas de hablar. La existencia es ajena al bien y al mal, y no es justa ni injusta.
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5371 libros, leídos algo menos de la mitad, son un buen refugio. Pero nada más que eso; por fortuna (el azar es el dueño de mi destino y de caótica historia) mi agujereado cerebro (o mi alma enferma, que parece más apropiado) no retiene nada de lo que le llega. El tiempo huye, o somos nosotros los que de él escapamos en ninguna dirección. Exactamente nada es lo que realmente entiendo. Gusto –por temporadas compulsivamente- de Rimbaud, Hesse, Cioran, Nietzsche, Camus, Pessoa, kavafis y Pavese. Pienso que esta última línea es la que justifica tan mísera cuartilla.
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