Si tuviese que quedarme
con una sola de mis virtudes,
sólo con una, sería sin dudarlo
con el hambre de ti. Con los ojos,
con las manos, con las papilas
gustativas y hasta con ese sexto
sentido del que hablan los místicos
y el tantra más prohibido.
Tan excelsa virud, tan apodíctica
santidad, la compartiría contigo una
y otra vez hasta que el Dios casto
y asustadizo aboliese de un suspiro
todas las otras morales y religiones,
tan de juguete en tus blancas caderas
y carnosos labios, tan de locura
y blasfemia para mis sentidos
y mi boca llena de tus partículas
y olor a Paraíso.
lunes, 1 de junio de 2009
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