No soy hombre dulce ni delicado
ni sé escribir de ese tierno modo.
Siempre me ha llevado lo intelectual
sofístico y lo emotivo irracional
(me llegan los sentimientos
como pedradas y así los lanzo
también yo, al albur de un alma
más cansada de su cansancio
que de la vida y sus trampas).
En tierra de nadie, donde ni los poetas
ni los filósofos respiran en paz.
Donde no son bien venidos los sesudos
pensadores -malabaristas de un verbo
ya vacío- ni los poetas de oficio y rima
que rinden infantil idolatría a la música
y la pompa hablada. Tampoco soy hombre
tosco o áspero. Quizá demasiado complejo
-como todos, me dirán- que ha acertado
en ver todo lo inexplicable con resignada
y apaciguadora simplicidad.
Todo esto para decir que no sabría escribir
un poema de amor. Acaso sí sobre las entelequias
metafísicas que brotan del alma y la sumergen
a lo hondo de sí y de los últimos enigmas,
y que como el amor son una irremisible pasión
de más allá de la felicidad y el dolor,
de la libertad y el destino.
martes, 16 de junio de 2009
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