Tras una larga noche de trabajo (sic), una mañana cafetera y un dislate burocrático de obligado cumplimiento (no en vano culminé ciertas negociaciones bien entrada la noche), el resto del día se presenta cojo, tartamudo y casi ciego. Tanta farándula me afecta físicamente, y no es mera aprensión, al cuello y la cabeza que, rígidos y doloridos, me imposibilitan para siquiera plantear mínimamente la jornada. Con el Gardenfors a cuestas, me consuela saber que somos simios mayores con la laringe y el frontal un poco más desarrollados; ya no me preocupa de ningún modo el uso horrendamente estúpido y masoquista que de nuestra enfermedad genética hemos hecho. Otra cosa, por supuesto, es la realidad, la no realidad irrebasable del solipsismo fisiológico; la culpa que me persigue como fiel mastín. Hoy, por la madrugada que ahora se ha vuelto papel, la culpabilidad se llamaba entropía. El amor, por señalar un extravagante extremo, es condición necesaria para el odio; el calor para el frío; la vida para la muerte. La vida, estrictamente hablando, es el camino más corto para llegar a la muerte. El bueno de Empédocles lo sabía, pero no sé porqué él creía en una eterna y spinoziana alternancia, imposible de colmar a ningún espíritu mínimamente honesto.
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Me han hecho una de esas encuestas a pie de urna. No me han preguntado por mi voto pero sí por quién creo que va a ganar. Pienso que van a ganar los malos, pero yo les he dicho que los requetemalos... supongo que soy parte de ese más/menos 3% de margen de error.
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Vistos los resultados electorales, el margen de error creo justo situarlo en el más/menos 97%
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domingo, 7 de junio de 2009
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