Piensas que a ciertas horas
innecesarias estás más vivo,
como si te recrearas deglutiendo
lentamente la hueca inercia
a la que estás acostumbrado.
El romper del sol sentenciará
el final del nuevo día por nacer
y tu soledad no sabrá evitarlo.
Sabes que es la misma alma
y el mismo mundo, que sólo juegas
a engañarte aprovechando el silencio
y el duermevela de tu cerebro.
Lo sabes, poco te importa,
y sigues aferrado a ese pequeño
oasis de apenas dos horas,
que inviertes en café y tabaco,
en proponerte lo que debes
pero que olvidarás durante el día
(ruidoso y en blanco y negro)
y para garabatear sobre la barra
alguna letrilla simple,
demasiado simple ante la inapelable
simplicidad del Universo.
sábado, 24 de enero de 2009
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