Pues sí, necesito unas dosis de aristotelismo para poder ir tirando. Tiempo y capacidad para cosas pequeñas pero que evitarlas terminan lastrando el alma entera. No vale la pena -me da vergüenza- decir de qué asuntillos se trata. Inesenciales y poco íntimos, eso puedo decir, pero inevitables para no naufragar en una charca vulgar e innoble... y poder hacerlo en el bravío océano.
Leo ahora muy lento -pero no mejor- y sigo con el Pessoa, el Colli, el Marco Aurelio, el Conte (que resulta la lectura más superficial y fácil y que por eso es la que más avanza) y el Grossman. No necesito más lecturas, sino un poquito de tranquilidad y paciencia... Nada me obsesiona ahora salvo mi extraño verlo todo (¡absolutamente todo, lo racional y lo emotivo!) como desde detrás de un grueso cristal.
El Conte: ¡cuánto progre de renombre se nutrió feliz y consciente en las filas del SEU y sus publicaciones! Me digo: si aún existiera el SEU, áun estarían en él -a estas alturas, en primera fila.
Pd: normalmente (sé que no siempre) prefiero la tristeza a la imbecilidad satisfecha (y da igual el nombre que le pongamos), pero la tristeza es triste (sé que no siempre), realmente triste (como de más allá del dolor hasta una especie de náusea o nada, en absoluto amnésicas o liberadoras). Como si ella lo fuese todo, como si nos llegara desde afuera, y tú, absolutamente impotente, su obligado expectador.
Pd (2): en ocasiones nos ponemos a nosotros mismos tan difíciles las cosas que terminamos por no distinguir lo honesto de lo ruín. Hablo de libros, razones y sentimientos, también de personas y acciones; habla, en definitiva, sin saber qué dice, el cerebro consigo mismo.
martes, 20 de enero de 2009
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