Esto es serio. "Durante una décima de segundo me he descuidado y me ha entrado el aguijón de las ambiciones y los fracasos. Nada, apenas unos minutos ha durado la cosa, la herida y su vergüenza. Sé, lo escribo ahora, recuperado, que buena parte de la felicidad está en la renuncia del comentador del genio ajeno", ha dicho Auto/ficción.
No pienso como él, pero puede que si sienta algo muy parecido. ¡Vaya paradoja! Las pasiones, las vísceras -de las que el cerebro es sólo un mediocre portavoz- gustan de recrearse en sí mismas, de escuchar como un eco su propio decir onomatopéyico. Deseo el silencio, deseo escucharlo, escucharme.
Ciertamente que es beatífico el contacto con la inteligencia ajena, con los genios, los inmortales, los clásicos... claro que sí. Pero ¿qué significa entonces la ansiedad del lector, del sujeto lúcido? ¿no es acaso el signo de su necesidad de expresión? Expresionismo, expresionismo, más expresionismo... hasta quedar rendido... para volver a empezar. Entre medias, siempre inevitable, la sombra de la melancolía, y el silencio y paz imposibles.
Pd: magnífico.
martes, 20 de enero de 2009
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