En cierto sentido comprendo a Pessoa. A mi modo, en estos momentos no sólo espiritualmente 'enfermizo' sino además físicamente abatido, imagino a Pessoa, y me comparo en muchas cosas con él. Entiendo, a mi modo, mucho de lo que dice (imagino incluso cómo lo diría yo), pero, pero, envidio a don Fernando su 'fortaleza'. Su extraña vitalidad, su constancia, su salud física... que es imprescindible para ese permanecer adentro y afuera de sí y del mundo. Sus estancamientos le permiten mantenerse a flote (dentro de su naufragio), son cuando se vuelve realmente lúcido. Es como si para él la Nada fuese un recurrente punto de partida y no un punto final.
El Jardín tiene mucho de Sanatorio. Es el lugar donde plácidamente esperan alerta los pacientes incurables. Allí, donde la vida parece menos vida, es, sin embargo, donde ésta es contemplada y degustada (no puedo decir exprimida) en el más alto grado. Sólo me salva un cierto epicureismo, tal vez, no lo sé, sonrojante.
Para qué pensar, por qué sentir, para qué leer o escribir... es el modo -fatalmente literario o infantil- como me represento ahora el sinsentido de mi vida. Cualquier paso que dé habrá de parecerme, y resulta irónicamente demoledor, o bien una vergonzante derrota o bien una truculenta tragedia. Necesito ser otro, necesito no ser en absoluto... pero deseo diabólicamente seguir siendo y siendo yo. Igual no me engaño, y es simplemente que la misma lógica existencial me parece estúpida y me niego a seguir sus consecuencias hasta el final.
martes, 13 de enero de 2009
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