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Cuando yo fui joven... borgeanamente recuerdo aquel ímpetu e inagotable placer. Y entonces se amaba y se sabían las razones del amor, o cuanto menos que era lo lógico, y se pensaba y hablaba y discutía con toda la pasión de que un corazón joven es capaz. ¡Qué dulce vehemencia! Y después pasaron los años y yo seguía en la juventud (parecía eterna hasta cuando se la pensaba)... y separé inteligentemente la razón y el sentimiento, aceptándolos a ambos, y dándole a cada uno en dote la mitad de mi reino -que era el horizonte inabarcable de la vida, a cierta edad-. Y pasaron más y más años, y llegó la vejez. Perdona, pero no recuerdo ningún estadio intermedio. Y ni el amor ni la inteligencia, ni fundios místicamente (mejor desnudos y entre unas fogosas piernas) ni civilizadamente delimitados, me parecieron convincentes... y ya sólo quedaron las palabras, como una inercia, como una máscara, como un cruel reproche lleno de culpabilidad.
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martes, 4 de mayo de 2010
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1 comentario:
Parole,parole,parole
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