Es un cansancio desdorado, un vago esplín invertido,
a medio venir de mis genes y los de mi raza.
Es un dolor, a la altura de la boca del estómago,
o entre ésta y la válvula mitral, que significa, esto
es indiscutible, que es imposible deglutir y dar forma
a la existencia de tan clara y obscena que nos ha asaltado.
Un raro, hondo y latido pretexto para todo lo que sigue,
que es más esencial y no entiende ni de almas ni de versos.
Me temo que ya pasó el tiempo de Rimbaud y de Verlaine,
y no menos lejana la era en que el viento y la noche
aullaban contra las brújulas y alguna inocente hoguera.
martes, 17 de febrero de 2009
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