No sabría por dónde empezar, ni qué cosas poner, ni el tono o el énfasis adecuados. Si tuviera que llevar un diario de mis días no sabría hacerlo. ¿Contaría los adentros? ¿en qué clave? ¿explícitamente, casi pornográficamente, o por contra lo haría tan sutilmente que nadie lo entendiese? ¿Hablaría de los afueras, de las circunstancias, lo libros, otros rostros? Necesitaría que alguien me llevara el diario... yo soy incapaz de tomarlo en serio, como tal diario, y sólo prestaria atención, una atención obsesiva, problemática y desfiguradora, a ciertos detalles o acontecimientos. Soy el menos indicado para saber de mi vida. Se me escapa de continuo, y soy lo suficientemente honesto para engañarme.
Fragmentos, sólo fragmentos sin valor -hay reside su valor como diario- y sin pretender una progresión o verdad oculta tras los hechos y las palabras. Fragmentos fugaces y profundos -profundos porque han llamado a mi pesar mi atención- que ocupan un benevolentemente imaginado primer plano para estallar ante mis ojos... vacío, destello, vacío, destello... Y siempre sobrevolándolo todo las verdades indecibles de siempre -casi literalmente; ¡de siempre!- que ni aclaran, ni justifican ni consuelan en ningún sentido. Pero de esas verdades inapresables y siempre presentes no se hace un diario.Un testamento, tal vez, o un epitafio, o se escribe una carta a Lucilio o a Dios, o una novela de escenario inventado y a medida.
Tu vida más real e íntima, desconocida para todos y para ti, sirve como trampolín para evadirte de ella. Escapas, hagas lo que hagas, de ti mismo. Te huyes pero no hay lugar a donde ir ni escondite perfecto que tú mismo, antes o después, no encuentres con el rostro del asesino y de la víctima en un mismo gesto.
Ese gesto único, Esas verdades últimas... ¿qué son? ¿qué significan? ¿para qué las quiero?
martes, 17 de febrero de 2009
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