El mito de las palabras,
el mito del sentimiento,
el mito de la voluntad;
el ‘yo mismo’ más certero y vacío,
el ‘mi mismo’ más cobarde y extraño.
Un Yo, un escenario acorde y digerible,
acaso algún vago y poco exigente Nosotros;
en torno, en bruma clara, lo nouménico redentor.
Y tú, quien seas, que igualmente reconstruyes tus tres palmos y así me alivias.
Me alivias porque me haces más fácil el olvido, o el no pensar,
o, al menos, permites que no tome demasiado en serio mis pensamientos.
Sé que no puedes ayudarme de otra forma, y comprendo que no podamos
recordárnoslo de continuo,
y sabemos que no constituye tu vida una prueba de la mía.
Tampoco tus palabras reafirman mis convicciones, pero me alivias…
El enigma, el secreto, el misterio… el Universo en su justo medio;
a la derecha los dioses y los miedos, a la izquierda los deseos y la esperanza,
en el centro, oportunamente erguido (rezando erguido, pensando erguido,
copulando erguido) el más oportuno centro, el más inoportuno Yo.
miércoles, 18 de febrero de 2009
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