La poesía es una tahona
de madrugada
sin horno donde cocer
y las manos hinchadas
de castrada levadura
como saliva en el desierto
o semen en las cañerías.
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De profesión, saltabalates.
No por vocación, ciertamente,
sino por vergüenza. Un cierto escrúpulo.
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Un incorrecto sentido del pudor
que me ha vuelto insoportables,
cabal y matemáticamente indeseables,
mi forma de ser y mis menguados poemas.
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Ambos parecen inevitables,
pero esto un absoluto justifica
lo que no tiene perdón.
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