Los hijos de Rimbaud. Sus malditos herederos. Malditas las formas y la rima. Maldita la sociedad y sus cálidas celadas. Maldita la vida, la del poeta, que no da argumento ni deja puerta alguna para una verdadera evasión. Maldito el corazón, y la inteligencia y el lenguaje en cualquiera de sus formas. La nada, el cansino, dulce y atroz vagabundeo sobre la nada o sobre uno mismo, que son indistinguibles. Maldita la amnésica Ilustración. Maldita la Ilustración acorralada, prietos los dientes esperando el embite final.
El mejor de los poemas de Rimbaud, 'Mala sange', maldita:
Sí, es un vicio que tengo, un vicio que cesa y vuelve a comenzar y rebrota y crece conmigo y, si me abriese el pecho, vería un corazón enfermo. En mi niñez, percibo sus raíces de sufrimiento plantado en mi costado: ahora ha subido germinado hasta el cielo, renace mucho más fuerte que yo, me sacude, me arrastra, me tira abajo al suelo.
Así pues, lo dicho, renegar de la alegría, evitar el deber, no llevar al mundo mi aversión ni mis traiciones superiores (ni mis…), la última inocencia, la última timidez.
Adelante, ¡la marcha!, el desierto, el fardo, los golpes, la desdicha, el hastío, la cólera. Seguramente allí el infierno, los delirios de mis miedos, que ilegible se dispersa.
¿A qué demonio estoy por acomodarme? ¿Qué animal hay que adorar?, ¿sobre qué sangre caminar? ¿Qué gritos hay que dar? ¿Qué mentira sostener? ¿A qué Santa imagen golpear? ¿Qué corazones romper?.
Evitar ofrecer la mano. La estúpida justicia de la muerte. Escucharé la endecha cantada hoy y antaño dentro de los mercados. Nada de popularidad.
La vida dura, el embrutecimiento puro, y luego alzar con un puño descarnado la tapa del ataúd, sentarse y ahogarse. No envejeceré. Ninguna vejez. Nada de peligros, el terror no es francés.
¡Ah! Me siento tan desamparado que ofrezco a cualquier divina imagen, sea cual sea, mis anhelos de perfección. Otro trato grotesco.
De qué sirven mi abnegación y mi caridad inauditas. ¡De profundis Domine! ¿Seré animal?
Basta. ¡aquí está el castigo! Ya basta de hablar de inocencia. En marcha. ¡Oh! los riñones se dasaferran, el corazón gruñe, el pecho arde, la cabeza está abatida, la noche gira en mis ojos, a pleno Sol.
¿Sé adónde voy? ¿Adónde vamos? ¿Vamos a la batalla?
¡Ah! mi alma mi sucia juventud. ¡Venga!... venga, los demás avanzan y remueven los aperos, las armas.
¡Oh! oh. ¡Soy la mismísima debilidad, la mismísima estupidez!
Vamos, disparad sobre mí. ¡O si no me rindo! herido, me arrojo boca abajo, pisoteado a las patas de los caballos.
¡Ah! Me acostumbraré a ello.
Ah, de esa manera, llevaría la vida francesa, y alcanzaría el Sendero del honor.
jueves, 5 de febrero de 2009
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