El avergonzado silencio de Dios,
el silencio culpable y cómplice
de su inexacta creación.
La más vasta heredad,
reseca de fuego y milenios,
en usufructo indefinido
hasta más allá del deseo
y la voluntad.
Los brotes y la simiente terrosas
y los ojos terrosos
y terrosos los corazones
que son polvo sin serlo.
El silencio fúnebre del tiempo
y el callado odio de la Luna,
blanca de luz sobre una Tierra
de negro carbón.
No hay viento que esparza
ni aliento que reviva la ceniza
de tan frágil hueso y honda memoria.
El silencio indescifrable de Dios,
su callar inmisericorde,
¿no lo escuchas, hermano?
domingo, 1 de febrero de 2009
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