miércoles, 13 de mayo de 2009
Diálogo
Esto requiere meditarlo, para no enredarme con palabras (y que otras palabras sean la solución; o algo así). El para qué la vida no es exactamente el para qué pensamos (leemos o escribimos). Del primero podemos escapar viviendo, pero no hay forma de escapar del segundo y más maldito interrogante. Que la vida sea radicalmente absurda es llevable (trágica y tristemente) desde la lucidez (escribir, leer, pensar, dialogar), desde la no-vida. Pero qué sentido, dónde esconderse de esa misma no-vida cuando se muestra en toda su indigencia. Como un laberinto y su metalaberinto oteador. Igual desde allí se alcanza ese Dios ateológico del que hablas, quizá, pero hay ocasiones realmente demoledoras en que esta misma lucidez de más allá de la lógica y las palabras se te muestra desnuda como otro más de los juegos de un alma perdida. Se me escapa lo que quiero contar.
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