sábado, 9 de mayo de 2009
Sabado 9 (2)
Que el lenguaje sea una trampa mortal no significa que la finitud y el desasosiego sean asuntos menores, y que deban ser olvidados. Creo que muchas buenas reflexiones incurren en semejante reduccionismo. Sólo tangencial y distanciadamente se ocupan de la muerte, y no sólo de su conciencia, como esencia de la vida humana, no vista como desde afuera como algo con principio y final determinados, sino en el sentido de la inevitable mortandad que implica el mero existir, incluso en sus formas más optimistas y sanas. Manoseada ya la palabra y cercana al arrumbamiento, pienso que el término agonía es el más preciso. Agonía feliz, agonía triste, etcétera, en todas las combinaciones posibles. Lucha del ser consigo mismo en desigual combate porque siempre vence el mismo; la muerte disfrazada de vitalidad y conciencia. Todo esto puede decirse en poesía o en ensayo y aforismo; en primera persona o en plural, autobiograficamente, ficcionando conscientemente o intentando una ficción realista. Como se quiera. Lo único que no se debe es esquivar el hachazo reduciéndolo a su manifestación lingüística (quizá sólo la punta de un iceber). Es el tema más importante, el único que merece realmente nuestra atención. Por suerte, como dijo un escéptico de salón, nuestra naturaleza es más sabia que nosotros mismos, e impide, enfrascándose en otros asuntos, que la honestidad y la coherencia nos vuelvan antes de tiempo a la nada terrosa de la que salimos.
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