Érase una vez,
cuando el tiempo sin tiempo
de los mitos y los dioses,
que las yeguas de la noche
dejaban paso,
invariables y fieles,
a la luz del día
y a sus heróicos esfuerzos
de ilusión y esperanza.
Entonces, un día,
ya no se distingue más el día
de la noche y habitamos
un indefinido atardecer ciego
y sombrío de poesía
y desencanto a la espera
del tiempo sin tiempo,
a la espera de nada.
martes, 5 de mayo de 2009
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