Los Bartlebys son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo. Son felices, a su modo. No son necesariamente infelices, al menos. Hay tantas formas de negar la literatura como escritores. Rastrear el laberíntico universo de la renuncia lingüística es la única manera de ejercer, quién sabe con qué consecuencias, la Literatura. El siglo XX es, indiscutiblemente, el del No literario. No se trata de un vacío esteticismo sino de un habitar el más iluminador -y aterrador y gratificante- vacío que se haya al centro, si así es posible hablar, de la conciencia y de nuestra tradición. Es una dorada jaula allende de la cual no hay más que ingenuidad o dogmatismo.
Todo acto creativo consciente es infinito en sus exigencias. Es paralizador. La imagen de un centro sin referencias. La imagen de una ciega pulsión, ajena al bien y al mal y a la libertad, que se afana absurdamente entre los segundos implacables y la Literatura no menos lapidaria. No existe más que el aforismo; algunos de miles de páginas.
Los motivos vulgares para la agrafia no me interesan.
La Literatura se alimenta de la Literatura; ¡carroñeros! ¡incansables buscadores! ¡escépticos viajeros Literarios, autores y actores de sus particularísmas obras!
Hablar, escribir, leer, es pactar con el sinsentido del mundo; es asumir sin hacerlo lo absoluto y lo inabarcable. El misterio de que haya algún misterio. La desfachatez altanera o compasiva de la conciencia.
Callar, malvadamente, también es pactar. Quien calla, quien honradamente guarda silencio, como Wittgenstein anunció, incurre en el fraude de saber qué y cómo callar. La suficiencia y dogmatismo de la conciencia se manifiesta hasta cuando decide no comunicar. No comunicarse, no decirse. Un escritor que no escribe es un monstruo que invita a la locura, Kafka dijo.
El último escritor, necesariamente, será un escritor del NO. Verdad vertiginosa, paralizante; cada uno, en su momento, será el último escritor.
El Silencio de antes de la modernidad, de antes de Occidente, de al margen de Occidente...
También es bello el libro de Vila Matas, aunque horrendamente peligroso, por la de lecturas, laberínticas, a las que invita: Lélut, Barthes, Wittgenstein, melville, Borges, Chanfort, Hawthorne, Schwob, Janouch, Mariere, Kafka, Musil...
domingo, 4 de noviembre de 2007
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