sábado, 7 de junio de 2008

Jardín

Príncipes sin reino. Esclavos sin señor. Exiliados en el Ser, ardiente...
A veces, de la certeza de la muerte extraigo mis energías humanas. Las más de las veces, sin embargo, la certeza inapelable de la muerte me acongoja y hunde y remueve en mis entrañas y cerebro animales. A la muerte, a la Nada, al no-Dios, le somos indiferentes en nuestra lastimosa grandeza y en nuestra lastimosa mediocridad.

"¿Qué es, en efecto, el hombre absurdo? El que, sin negar lo eterno, no hace nada por él. No es que la nostalgia le sea ajena. Pero prefiere a ella su valor y su razonamiento. El primero le enseña a vivir sin apelación y a satisfacerse con lo que tiene, el segundo le enseña sus límites."

"Al final de todo esto, a pesar de todo, está la muerte. Lo sabemos. Sabemos también que con ella termina todo. Por eso son horribles esos cementerios que cubren Europa y que obsesionan a algunos de nosotros. Sólo se embellece lo que se ama y la muerte nos repugna y nos cansa."

"Rostros tensos, fraternidad amenazada, amistad fuerte y púdica de los hombres entre sí, ésas son las verdaderas riquezas, puesto que son perecederas. En medio de ellas el espíritu percibe mejor sus poderes y sus límites."

Esta es la reflexión. ¿Qué acción le sigue? ¿Qué se hace en el Jardín? Nada, nada esencial... jugar indefinidas máscaras. En el Jardín se vive a otro ritmo que afuera. Es una nostalgia, una tonta nostalgia. Es la única historia posible, el único tiempo posible, la única acción que honestamente puedo permitirme sin avergonzarme.

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