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A cierta edad
ni Dios ni el sexo
-¡qué bello el tuyo
cuando lo compartes
conmigo!-
son otra cosa que metáforas
de una arena vacía e incontable,
de una nada que ha ido ganando
palmo a palmo todas las posiciones;
como reconocer que
lo infinito no es para tanto,
y que sólo son ciertos
los inciertos años transcurridos.
Ocurre también que a cierta edad
sólo quedan certeros
el recuerdo de algunos libros,
un par de amigos,
y los nuevos e inconscientes
brotes que arrojaste al mundo
y que exigen tu cobijo.
Tan acertados en su desacierto
como el calor que tú y yo
nos damos, en los días
y las noches de más frío
y de más calor,
y que hasta el final
nos hemos prometido.
Ese es, ya lo sabes,
el único sexo, el único Dios
y el único Infinito.
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domingo, 29 de noviembre de 2009
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