El mundo es un inmenso listín telefónico, inmenso y variado para nuestro pequeño cerebro y nuestra particular tradición. No tiene ningún para qué o por qué primeros o últimos. Es ingenuo buscarle las vueltas o perforar su infinita superficie. Hubo un tiempo, y aún hoy existen culturas, que han pretendido una Cifra; ni siquiera sé si es envidiable tal laboriosa ilusión.
Jugar, esta es la palabra, jugar a descubrirle (darle, suponer...) sentidos al Cosmos o a nuestra Sociedad, o a nuestra propia conciencia individual, son solamente juegos. Esto no los descalifica, pero permanecen opacos ante algunas mentes, digamos, enfermas de cansancio y lucidez.
Qué hacer cuando tal postración de la Inteligencia y la Voluntad se han adueñado del alma es una pregunta legítima, pero que sólo afecta a la contabilidad personal de cada conciencia.
La poesía, el aforismo, los pequeños relatos, son, así las cosas, la única respuesta válida (honesta) para el individuo atento y perplejo ante la enormidad del Universo y la infimidad del Cerebro. Caben novelas autobiográficas o de desformación, pero requieren un esfuerzo e inteligencia titánicos.
La Filosofía no descubre el Mundo, ni lo Rehace, ni lo Transforma, ni nos ayuda a sobrellevarlo. El arte tampoco. Supongo que tras el aparatoso artificio filosófico sólo se encuentra una forma muy particular del arte. Así deberían reconocerlo los sesudos intérpretes de nuestra Cultura.
Lo dicho, no más de 15 ó 20 líneas, monótonas hasta el expurgo, por obra. Fin del libro.
miércoles, 19 de septiembre de 2007
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