martes, 8 de septiembre de 2009

Martes 8

Érase una vez un Paraíso con olor a inocencia en el que todos los invitados terminaban por ser expulsados, sin otro motivo que el miedo del dueño de dicho Edén a perder su trascendete y esférica fama. Ser coartada de tal milenaria falacia publicitaria no sentaba bien a los perplejos mortales que daban con sus huesos en la soledad de la calle, pero casi todos terminaban aceptando y hasta comprendiendo tan psicótico y demencial acto.
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Pongo en duda la Verdad, su sentido y sus referentes. Hay verdades imposibles de compartir, de tan simples, ruines y cálidas. Se quedan en el propio alma, avergonzada pero orgullosa de su deficitario capital.
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No pensar en ello, no hacerlo ni a hurtadillas; quizá hablarlo con alguien, para que resulte fácil medir las palabras y que el horror no lo invada todo. No pensar tampoco en el tiempo, acaso sólo en su abstracto transcurrir. Evitar ante el espejo la herida más honda, hasta poder disolverla con palabras y cinismo.

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