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Una gota de rocío ambar
que nos sumerja en un amanecer
eterno y nos lleve más allá del día
a otra noche en que todo se pueda
soñar, y olvidar nuestra indiscutible
y poco bella condición de aprendices
del Cielo, de príncipes de la creación.
Beberla despacito contemplando
el añil en el horizonte sintiendo
en los labios húmedos el frecor
que nos regala el fin de la noche.
Entumecida el alma de recuerdos
y futuro, saltará dichosa en el embrujo
de la divina escarcha, y bailará
bajo un inclemente sol que no la quemará.
Despertaremos entonces para encaminarnos
impasibles hacia las fauces abiertas del día
y del viejo espíritu, que no perdonan la hombría
más firme ni la noche más gozosa.
martes, 15 de septiembre de 2009
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