lunes, 26 de octubre de 2009

Lunes 26

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Lo más estimable es lo más terrorífico. Aquello de lo que huimos. La soledad, la lucha o la mirada trágica. La inconsistencia de la belleza y la felicidad, tan reales e imposibles. Nada de eso encuentro en mí mismo. Nada aflora de un alma despojada de su inmundicia. Nada puede tornat luminoso lo que no lo es. En ciego empeño, sin embargo, me persigue. Un deseo negativo, el de no empecinarme en lo ´más necio y superficial. Nada gano, ni libertad ni dicha. La autenticidad es una palabra tan gastada como las demás. Cierta ingenuidad de cuando la niñez... pero ése no era yo, no soy yo. La compasión y la lástima que por aquel tierno brote siento no compensa todo el espanto que descubro en el espejo. Ni siquiera soy capaz de una no-vida.
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Son pocas pero inalcanzables y absurdas las metas más nobles: saber quién soy, dónde me hallo, soportar mi mirada ante el espejo sin engañarme ni avergonzarme demasiado. Intenciones o propósitos que no pocos de entre los sabios y los necios dicen haber alcanzado pero que a mí me resultan himalayas infranqueables. No se puede ser sabio sin salir de la ignorancia e impotencia más radicales, y afirmar que reconocer tal pobreza e infertilidad del espíritu es ya un paso hacia la sabiduría se me antoja como un mero juego de palabras. Estúpido y cobarde.
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Humillar a los dioses y a las filosofías con mi risa y mi llanto. En soledad, cínica, irónicamente, para que no se diluya y revierta confortante. Humillarme ante mí mismo para no esperar sino unos miles de páginas y algún pasajero placer. No amar lo que eres, ni añorar lo que podrías haber alcanzado. El patetismo es el nombre de la humillación.
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Un consciente y diabólico -por impropio- afán de felicidad me llevó a la filosofía, a la penúltima trampa del espíritu religioso, y esa misma ansia de felicidad, de placer consciente, me salvó de ella. Ahora quedan como un hábito las palabras y un resquemor sin alternativa ante cualquier pensamiento. No es cielo o tierra, felicidad o libertad, sino, sencillamente, inercia o nada. ¿Por que, sin embargo, me siento tantas veces culpable de mi mediocridad, de no haber sido con más ahinco y creatividad yo mismo? ¿Por qué remuerden como asesinados las opciones que no tomé?

Que fieles a su esencia maldita, la inteligencia y la pasión se hundan en sí mismas. Que el mundo y los libros sean un inútil tablón tras el naufragio.
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