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Nada puede ya asombrarnos. Quizá sólo queda disfrutar de la inteligencia y sinceridad con la que a veces te topas, en la vida y en los libros, cada vez más difíciles de no confundir. Esto es cierto, y es de agradecer tan noble extravío. Pero también ocurre, me temo que cada vez más habitualmente, que la inteligencia más pura y la más indudable sinceridad te resulten vacías, si no falsas sí innecesarias, como un puñetazo de lacrimógena mediocridad. Es una lástima, realmente, y sólo te reprochas tu alto grado de pudrición.
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miércoles, 28 de octubre de 2009
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