lunes, 20 de abril de 2009

Lunes (resaca)

De librería subvencionada (el 35%); escasa calidad y variedad. Por vicio: 'París después de la Liberación' de A. Beevor, 'Cristóbal Colón' de Fernández Álvarez, y 'La tierra herida' de los Delibes.

Ya empecé y marcha a muy buen ritmo '1939, la cara oculta de la Guerra Cívil' de Zavala. De este autor ya leí sobre las represalias en los dos bandos, y me pareció honesto; leyendo aquel libro no podía uno averiguar la tendencia política del escritor. Este ha sido el aval para comprarle '1939...'. El prólogo es de Payne. En las primeras 50 páginas -es lo que llevo- ha puesto de chupa de dómine a Juan Negrín, basándose en testimonios de republicanos que lo trataron. Ya hablaré de Negrín cuando Zavala deje de hacerlo y pase a otro tema o personaje.

También avanza deprisa y placentera la autobiografía de Papini. Ahora me interesan menos los contenidos que la bella forma -aunque algunas veces recargada- de su escritura. Ya me pasó con 'El crepúsculo de los filósofos' que recientemente me ha parecido de menor calado de como lo recordaba. En fin, son los años, los del lector, que no pasan sin dejar secuelas.

Pendiente las últimas entradas de MLL. Buena música, además.

Deberían poner librerías en las autovías. Y salas especiales de descanso y masaje. Debiera, como en las escaleras mecánicas, moverse el alquitrán y tu quitecito leyendo... y al final el masajito... y después... a dormir.

Dos sueños recuerdo de anoche. En el primeró soñé, o soñé que alguien había soñado y me lo reprochaba muy duramente, que hacía unos días, creo que poco antes de la Semana del Vaticano, yo había escrito una entrada culpable de lesa ortografía, tantas faltas gramaticales que no parecía español. Dicha persona -por fortuna sólo un queridísimo personaje de mi sueño- me amenazó con llevarme a los tribunales (¿eclesiásticos?; igual puse Dios sin mayúscula; o sexo con z o amor con h). No sé, pero por aquello de las meigas he estado unas horas repasando las entradas del cuaderno y no he hallada ninguna digna de la hoguera, si acaso, todas, del olvido.

El segundo sueño es más placentero. Fue, lo pueden suponer, un sueño casi erótico, de los que te aceleran el pulso y te hacen temblar... recuerdo detalles, que no contaré. Sólo uno, bueno, dos: la tibiez de unas caderas y la dulzura de un cuello. ¡Me voy a la cama a ver si hay suerte y continuo el sueño por donde lo dejé!

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