La Democracia no es un fin en sí mismo, pues se convertiría en una Tiranía. Recordar que el pueblo devuelve como voluntad general lo que no es sino el adoctrinamiento recibido.
La Democracia no es un instrumento para la consecución de ningunas utopías, sino el modo más humano -menos animal- de evitar la Tiranía. La peor Tiranía, por menos evidente, es la que se oculta tras el nombre del pueblo o la sociedad.
Una Democracia Social es perniciosa porque convierte al Estado en el artífice de la felicidad posible. Felicidad material y la feliz ignorancia, al gusto del pueblo.
El Estado ha de ser fuerte -frente a la Tiranía- pero no ha de regular hasta los sentimientos y deseos de cada ciudadano. Una feliz Tiranía del Pueblo ahoga las verdaderas libertades y la excelencia personal en nombre de no se sabe qué ideales, que no son en el fondo más que una festivo refrendo del desahogo animal.
Una verdadera Democracia (llamemosla Liberal, frente a Social) exige unos ciudadanos y unos gobernantes altamente preparados y de gran altura moral. El riesgo es el relajamiento y a la postre y cuanto menos una Tiranía complaciente.
La altura moral significa el reconocimiento de Leyes y libertades 'Sagradas', esto es, no pervertibles por ningún individuo ni por una mayoría de ellos. Esta Ley de Leyes hace referencia a la defensa e inviolabilidad de las garantías democráticas y a los límites insuperables del Estado.
La Tiranía brota del corazón egoísta de cada hombre, de sus ansias de bienestar material y de su necesidad de un Estado (una Bandera o una Religión) que dé sentido a su miserable existencia. A esto se le puede llamar de múltiples formas; miedo a la libertad, necesidad de autoridad, gregarismo, cobardía, mal egoismo...
No hace falta, porque además es errónea y perjudicial, una imagen Bondadosa del ser humano para evitar la Tiranía. Más aún; una bondadosa idea tal termina santificando la voluntad general y convirtiéndola perversamente en un inmovilismo sagrado y tiránico.
La pregunta: ¿es posible un mejoramiento interno real de los individuos, o sólo es posible una Democracia Liberal tan exigente que deje, conforme a los laxos criterios actuales, de ser o parecer tal? La respuesta, para quien no viva de las subvenciones estatales y del beneplácito del público es evidente. Las leyes que irían convirtiendo nuestra Democracia Social en una Democracia Liberal son, en nuestra santa época, indecibles, aunque fáciles de suponer.
jueves, 24 de enero de 2008
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