domingo, 22 de marzo de 2009

Dinosaurio

En un macroscópico Universo
muy frío -un par de cientos de
grados bajo cero de media-
y monótonamente bicolor
(el negro y el gris claro en
todas sus combinaciones)
voltea sin remedio un pequeño
planeta azulado y tibio donde
el azar ha querido que en ocasiones
las leyes de la termodinámica
se impregnen de calor y conciencia.
Fermento casual de algún rito
de indescifrable sentido.

Los besos y las caricias, las palabras
más tiernas de complicidad, en ocasiones,
son posibles en este opaco mecanismo
inexorable y devorador.

No se redimen el espacio y el tiempo
infinitos y neutros. No se comprenden
el azul ni el deseo que desafían a la física
y a la óptica. No se hacen eternos los tímidos
danzantes que confunden sus miembros
mientras se saborean de deseo y complicidad.

Nada de esto sucede, es verdad, pero sí
es cierto que a veces este inclemente dinosaurio
ciego desaparece y todo el Infinito son
unas miradas y una piel y su ley la ternura.

Porque hay otro Universo, íntimo y sagrado,
el de la memoria.

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