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Este es mi mal: el débil no tiene fuerzas para superar su debilidad.
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Este es mi mal: la debilidad es fuerza, una fuerza negativa que te permite respirar mediante ungüentos de todo tipo. Metafísicos, literarios, psicológicos, sexuales, etc.
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Este es mi mal: el débil sufre su debilidad, pero más le aterra la fortaleza. En grados centígrados: el calor es vergonzosamente culpable, y el frío es inasumible. Más aún: conviertes tu frío en tu calor hasta sucumbir de frío y autoengaño.
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Este es mi mal: el débil no cree en sus descreencias.
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Este es mi mal: el débil no es el último hombre sino uno más, y saber esto ni resta ni suma debilidad o fuerza.
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Como hace 25 años, esta noche he dado un largo paseo por calles vacías y mudas. He evitado las avenidas principales y las más iluminadas buscando mejor la soledad, esa extraña e infiel compañera, que es el mejor refugio, aunque a veces duela, y el mejor observatorio, aunque a veces te vele lo más esencial. Intenté resucitar o revivir la experiencia de antaño, de aquellas noches universitarias en que a las 4 de la mañana sentías poderosas y fáciles la vida y la libertad. Mi vigilia, yo era el hombre más despierto del universo, pensaba, se media orgullosa (e infantil) frente a los demás que dormíais indolentes y pétreos. Pero hoy, como era de esperar, todo ha sido muy distinto. Me he sentido muerto, casi muerto, el más leve y descartable de los espectros más patéticos e imbéciles... vosotros dormíais, es verdad, pero estáis vivos porque dormís para la vida. Los años, algunos libros y experiencias han ido limando inmisericordes el esmalte de mi alma hasta dejarla descarnada y en puro nervio, en pura conciencia... en pura nada.
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