Por suerte o por desgracia -esto depende de los momentos- no hay nadie a quien reprochar o agradecer la existencia.
Somos demasiado simples y profundos como para tener explicación. Merecer, suplicar, exigir, postular, alcanzar, descubrir... son verbos que se conjugan siempre en el vacío.
La lógica de una forma de vida milenaria, planetaria, genética, que lleva inexorablemente al absurdo, la inhumanidad, el malestar, la incomprensión.
No hay sentido real de la vida. Nosotros somos fielmente mortales. Esto significa el desconsuelo más terrible, pero también la posibilidad de la lucidez y de los pensamientos y sentimientos más inútiles y osados.
Reflexionar y sentir en primera persona. Huír de la universalidad e intentar alguna modesta complicidad. Sobre el hecho indiscutible, absurdo y desesperanzador de que estás vivo y de la inevitable memoria que lo conforma.
A pesar del amor más grande siempre descubrimos que no hemos sabido amar. Siempre, cuando ya es casi tarde.
sábado, 21 de marzo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario