De qué infernal mecánica soy un ínfimo engranaje
me pregunto cada vez que ciegamente y con afán
y pánico inservibles me arrojo sobre una sucia cuartilla
para contar, una y otra vez, esta historia pequeña y ridícula.
Me empeño en buscar cómplices. Insisto en que el naufragio
es universal y que sus efectos sobre ti y sobre mí y sobre nuestra
cultura son irrelevantes. Me persuado del holocausto universal
y de que es inapelable esta hecatombe sin dioses como una orgía
de vacío en el vacío más allá de las palabras y los gestos más básicos
y decisivos. Y es inconcebible, me digo, que lo trágico sea valioso.
No desconozco la desesperanza de Pascal y de Kant, pero arrojo
como por deber (pero yo sé que no existe la moral) sus ilusiones
y trápalas infantiles, su conmovedor rosario laico. Una deformidad
del sentimiento, me digo, para recordar que el Vacío es Universal
y que nada ni nadie puede escapar ni pedir justificaciones ni justicia.
El cielo estrellado sobre mí...
que me comprime y tritura.
Y no hay más.
Una orgullosa caña...
podrida y partida en mil astillas.
Y no hay más.
E insisto como un viejo aburrido y parlanchín en esconder
mis temores y debilidad y digo siempre lo mismo.
Por qué.
No el porqué del Universo, que nada me importa.
No el la sociedad, de la que soy un correcto y descreído inquilino.
No el del amor y el sexo, tan contradictorios como la vida y el olvido.
No el de mi absurda existencia (1/4.000.000 de espermatozoides
ciegos, todos de escasa calidad y todos prescindibles).
El porqué de escribir, de escribir yo aquí ahora sobre esta barra
con olor a café. Por qué declaro bajo juramento ante un inexistente
tribunal monótonamente y sin necesidad siempre lo mismo...
hasta engañarme, hasta falsificar mis propias mentiras y huir
la verdad; que es sólo una insana palabra que con palabras no se
puede hablar. Porque la verdad no se puede decir ni hacer ni sentir
de ninguna manera. Tan inapelable y fría es la verdad.
El naufragio es evidente.
Es innegable este alud de errónea existencia
sobre la placidez de la nada y la inconsciencia.
El hundimiento se puede describir y se puede sentir
y hasta se pueden compartir algunas certezas y temores.
Nada más está en nuestras manos, en mis manos.
Pero es imposible, por mucho que pregunte a mis preguntas,
explicar para qué. Para qué el Universo, para qué y por qué tu y yo,
y por qué sigo escribiendo este patético psalmo ateo.
Muchas son las respuestas posibles y en todas ellas podría creer
pero ninguna, ¡por qué!, me vale. Y dudo -que me perdonen la poesía,
los filósofos y los hijos de Dios- que sea posible otro verso final.
domingo, 8 de marzo de 2009
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