jueves, 18 de diciembre de 2008

Deseos para el próximo Milenio Nuevo

Un libro en las manos, adentro de una inmensa biblioteca salpicada de mis cacharros y mi desorden, unos pocos buenos amigos -con los que se habla y juegan tonterías, pero siempre de fondo el sonido a hueco del Universo y la compasión, y unas bellas caderas blancas y frescas... ¡qué más debe haber! La salud es imprescindible -aunque voy encariñándome gustoso de mis achaques crónicos- pero no lo es el dinero ni el amor. Posiblemente el amor -la pasión es otra cosa y está relacionada con bellas gacelas- sea asumir no del todo derrotado este escenario tan fugaz y ruidoso. Querer seguir viviendo sin perder la lucidez, y esto no es fácil, y saberte a las puertas de un nuevo día, algo así debe ser la satisfacción posible.

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Ágiles y bellas gacelas
asoman sonrientes y blancas
en la terrosa sonrisa del viejo.
La vejez comienza a los veinticinco
y es muy difícil de superar.
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Jóvenes gacelillas azules,
el color del cielo y de la carne,
canturrean y bailan
el ritmo de los músculos
y las fibras extendidas.
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Sonríe el león tanta dignidad,
es ya mucha la sangre comida
y demasiados los retoños muertos,
y bosteza distraído sin perder el brillo
malicioso en la mirada.
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Este majestuso tedio
a la sombra del niño muerto,
como una tela de araña
color oro y destino,
atraparon a la última
e inocente víctima,
¡oh, gacelilla triste y rendida,
que sabroso tu olor dormido
y tu sudor evaparado!

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