martes, 16 de diciembre de 2008

Lenguaje

A vueltas con el lenguaje. Como las propias entrañas y el cerebro con sus emergencias es inevitable. Fatalmente inevitable, para la confusión y la alegría intelectuales; algo así como una condición biológica de posibilidad 'humana'. Es inevitable, útil -hasta donde es útil- y vergonzosamente altivo. Las palabras, como los pensamientos, son verdaderos (algo así como iluminativos o autosatisfactorios) en cuento que no son verdaderos, en cuanto desfiguran y simplifican la realidad. La verdad humana (y no hay otra) lo es en cuanto mentira. Hasta aquí bien, pero no es tan fácil.
Es cierto que los conceptos y las palabras remiten a sub y supramundos, nunca al mundo, pero resulta que tal paradoja convierte esos no mundos en el único mundo verdadero. Como una infinitamente flexible tela de araña, ciega y hambrienta, la mente humana lo digiere todo. Nos quedamos, cuando reflexionamos sobre esto, en la más indigente de las ignorancias. Ir más allá de la semántica, convertir el ensayo en poesía (y ésta en galimatías), buscar lógicas difusas o preparar un lenguaje perfecto, incluso las más osadas filosofías, como las de Platón y Descartes, que a fuerza de hacha quieren traspasar el lenguaje y el pensamiento, todos esto inocentes intentos, digo, no son más que remedos futiles que nos alejan de la que podría ser una honesta posición. Llamémosla de un 'respetuoso desprecio' por el lenguaje y el pensamiento. No olvidar, desde la trampa del cerebro, la cuestión personal y primordial de la tragedia y la soledad. Casi todas las cuestiones se pueden escamotear, pera esta no, por muy indecible e inapropiada que sea para el propio espíritu. En estos desérticos lares, los límites del lenguaje y el pensamiento adquiren su verdadera importancia, que tiende a cero cuanto más honestamente te miras al espejo.

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