jueves, 4 de diciembre de 2008

Teología política

La mayor esclavitud es creerte libre sin serlo. Y así, esta misma fórmula, para la felicidad y el conocimiento. Nuestra cultura apariencial sobrevive y crece desde este falso entusiasmo y seguridad que nos constituye. En el fondo, y creo que lo dijo algún francfortiano, lo que ha habido es una delegación de funciones íntimas y básicas del individuo en la impersonal sociedad actual -y por lo tanto buena por definición. El individuo se ha hecho un liftin de cara, pero le han vaciado las entrañas. Más que escisión se trata de un vaciamiento. Dos inmensos argumentos, teológicos en definitiva, defienden eficazmente este sistema frente a las acometidas del individuo escarmentado: (a) hay sitios, la mayor parte del planeta, en que se vive, material y políticamente, peor; (b) no parece haber alternativa aceptable, esto es, una que no arriesgue los beneficios, materiales y políticos, alcanzados. La trampa está en que no se nos ha enseñado lo realmente valioso, en que no tenemos una escala propia de por lo que vale la pena perder algunas otras cosas. Se nos ha acondicionado para venerar la actual situación; al individuo se le ha dejado tetrapléjico para eso de decidir y hacer su futuro. Igual que la existencia del Cielo y del Infierno eran un asunto exclusivo de Dios, por mucho que fuesen los propios hombres los que iban a disfrutarlo o padecerlo, hoy nos vemos sometidos a la libertad y felicidad posibles que algún ente (la Historia, la Sociedad, el sentido común, etc) ya decidió por nosotros.

No me gusta especialmente Marcuse, lo veo un ecléctico ocasional, pero acierta cuando propone pequeños cambios (reforma ley electoral, nacionalización de los servicios básicos, una Constitución eónómica de obligado cumplimiento, etc) que harían una sociedad mejor y que nos permitirían ir viendo las cosas de otro modo, y que al final, quién sabe, nos capaciten de verdad y nos hagan desear realmente una sociedad menos artificial y falsamente opulenta.

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