A ciegas
el caminante
cansado y alegre
contempla el paso
de las estaciones
y su variado color.
Una corneja lo despierta
y sueña
cisnes en un estanque dorado.
Es invierno
y luce poderoso el Sol,
caliente el ánimo
y las viejas articulaciones.
A la distancia se divisa un pueblito
de otra época,
con su reinante campanario
y su decente camposanto,
pero el viajero,
sin prisas,
paciente y distante,
no osa acercarse
a más de dos leguas
de su ensoñación.
Despierto o dormido
lo más terrible es el camino,
y los imposibles paisajes
acechan plácidos
para el poeta.
martes, 16 de diciembre de 2008
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