miércoles, 3 de diciembre de 2008

Filosofía

No me gusta la filosofía que oculta los sentimientos o que los usa sólo como datos para la razón. No me gusta la filosofía.

Creo que los márgenes de la filosofía están agotados, alguna esperanza guardo sobre los de cierta Literatura.

Los verdaderos territorios por explorar no se dicen en ningún mapa. Además de la Literatura, ha de vivirse un poco en esos límites, un poco 'diferentemente'. Mi valor e inteligencia escasean, así que sólo 'un poco'.

Leer afilosóficamente los libros de filosofía, y hacer Literatura de la propia (evitando la excesiva impudicia) experiencia.

Enseñar, habiendo aprendido a callar lo importante -que se dice de otra forma- y a decir amablemente lo superficial, que al final no lo es tanto.

Arriesgar el alma, que para eso está. La pura espontaneidad [hipotecada]. ¡No olvidar que Dios ya murió pero que seguimos siendo sus hijos!

Aprender la paciencia y la compasión; ¡qué inmensa es entonces la Literatura!. V.gr. La dulce poesía en el árido y sabiondo Epicuro. Ver siempre la mano del hombre tras la catástrofe y la dicha, ver la propia mano, que es de todos.

Repetir los más bellos poemas, sólo con algunas variaciones para no olvidarlos.

Todos los juicios, como todos los hombres, todos los poemas y todos los filosofemas son meras tautologías de la eternidad, o desde la eternidad, del azar o de Dios. Del azar, que no es posible dios tan inexperto, complicado y sádico. Toda existencia, cada existencia contada una a una en cada uno de sus instantes, es también un mero exabrupto analítico. Nada es realmente novedoso, sintético diría la araña alemana, y menos aun es pensable que el hombre sea una realidad sintético a priori. Qué expresión más descortés para autodenominarnos hijos o herederos de Dios. Lo de la tautología y lo analítico es un interesado eufemismo del vacío y frío que nos constituye.

Fui testigo de la muerte de un poeta. Fue poco antes de su último y realmente insuperable verso: "el alma es todo el Universo, pero el alma es de cristal". No fue el pobre diablo consciente de esto, aunque el mérito es suyo, nadie se lo discutirá, y no supo siquiera que sería su epitafio.

Circe es nuestra diosa. Ella nos entiende y nos ama, y pide poco, muy poco, a cambio. Circe se viste de gala, y nos amamanta bella, lasciva y torva con el néctar de los tiempos, el progreso y todas sus demás dulces trampas.

Acabar, lo que es realmente dejar de ser, esto es, no ser en absoluto, o como si nunca se hubiese sido, morirse de una vez y para siempre, les digo, me temo que es imposible. Al menos mientras no cambiemos las leyes de nuestro Universo y la idea ramplona (un traje de buena tela que nos viene dos tallas grande) que de él tenemos. Me repele la idea de que una vez yo muerto, y los más bellos libros hayan sido tritutados por los eones por llegar, mis partículas se mezclen con las de los libros escritos y olvidados y produzcan en azarosa e inevitable combinación nuevas formas inmortales y ridículas. Esto me pasa por leer a Epicuro.

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