domingo, 10 de mayo de 2009

Poema

Hay fórmulas infernales. La de la caída de graves,
a cierta edad; la de la proporcionalidad inversa
entre lo potencial y lo cinético, que aunque incómoda
es indiscutible; la de la vida y la felicidad, tal que
parece un axioma del que deducir la más fría entropía.
Hay fórmulas realmente insufribles e inexcusables
con las que hay que contar para ir tirando, o para
garabatear unas líneas, leer la Biblia o a Freud,
o clavar el beso más profundo en una hermosa
señorita de amplios conocimientos e inamovibles
principios (tal vez hube de escribir finales),
que son los roces más difíciles y arriesgados.
Principio antrópico obliga, que ya lo anunciaron
los griegos, que el microcosmos escapa de sí para
sucumbir en el pozo sin fondo de su propia sombra.
Como al primitivo o al más cínico poeta, que se
estremecen ahuyando humillados a la luna y al tiempo.
Ciertamente, hay fórmulas y rituales escasamente
humanos, laberínticamente innatos, inconscientemente
lascivos y de forzado y penoso cumplimiento.

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