lunes, 15 de junio de 2009

Comentario

La ciudad, laberíntica, como el alma de fin de siglo, quizá de fin de era. En todo caso, del fin de mi juventud e inocencia. Más allá de las causas y efectos, el tramposo lenguaje que elude mirar cara a cara ante el espejo.
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LA CIUDAD
Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón - como un cadáver - sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí,
donde tantos años pasé y destruí y perdí".
Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste a
quíen este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.
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También: el Dios macrófago. El Dios vomitado. El Yo vomitado, la mismidad autrófaga. Descartes me queda demasiado lejos.

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