lunes, 1 de junio de 2009

Poema

Me duele la espalda: las cervicales
o la musculatura que me aprisionan
con maldad algún nervio, lo que provoca
un mareo y desorientación realmente
desagradables. Tengo los tobillos hinchados,
por el corazón o el riñon, posiblemente sólo
por el estrés y la alergia (sí, también alergia;
al olivo, al sol, a los besos, al trigo y al caos).
Insomne, no puedo dormir aunque estoy
que me caigo de sueño. Algo me impide
descansar como Dios manda. Padezco,
y perdonen tan indecentes confesiones,
del páncreas, que segrega amor y deseo
en vez de la bendita insulina. He intentado,
no crean, ponerle remedio: mi madre
me cocina, y también me mima; tomo soja
en vez de café y cerveza, y hago yoga
tres veces por semana. Pero ni con estas,
que los dolores no me abandonan, y hasta
se doblan. Compré un libro sagrado (el más
sagrado de los libros; lo escribió el mismo Dios)
por si hallaba en él remedio a mi ajetreo,
pero pienso que su autor nunca padeció
de los tobillos y la espalda porque de nada
me han servido sus santísimas enseñanzas.
Un mal amigo me ha dicho que lo mío es pura
aprensión, que es ficticio mi mal, y que todo
desaparecería en cuanto rebajase la presión
moral de mi alma. Se me ha ofrecido para ayudarme,
y yo he aceptado. En cuanto vea los resultados
les informo en otro impresentable poema.

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