martes, 9 de junio de 2009

Nota biográfica

Nací hace 42 años, aunque aparento más de 60 y es de hasta 88 mi verdadera edad. En Motril, dulce y vacía, una bella nación mediterránea al norte de la Mauritania y al sur de España, sus dos grandes y peligrosos vecinos. De antaño llega con la salitre del mar el temor al rapto y el olvido. Desde pequeño fui educado en la aversión a las letras y el truco con los números. De famila fatigosamente hidalga, sin más raíces que dos generaciones, pero venida a más con el cultivo de la mandioca y la guayaba. Algunos cientos de marjales de rico limo que dan para el desahogo económico y la soberbia. Muchos años peleé junto a mis hermanos contra el tiempo y los jornaleros. La dura pero no inhumana mirada del padre nos guiaba. Cuando ya fueron muchos los beneficios, dieron los hermanos en luchar entre sí. Fui el primero en ser derrotado. Abandoné mi patria con unos pocos maravedíes, ninguna ilusión y la bendición de una madre piadosa y antigua que no sabía rentabilizar su infinito amor. Heme aquí en tierra extraña desde hace casi medio siglo. Mi oficio es el de enseñar las primeras letras y demonizar los números entre los inclementes hijos hidalgos de estos lares. Autodidacta de medianas capacidades, sólo alcanzo alguna certeza sobre aquello que ignoro y sé que jamás aprenderé. No es mucho, pero es lo que hay, y con ello voy de cabeza en cabeza dando tumbos como en un baile de carnaval a punto de finalizar. Ni placer ni dignidad hay en mi pasado, ni tiene por qué haberlos en mi futuro. Alguna amistad, entre los olvidadizos jóvenes y entre otros emigrantes calaveras, y varios miles de libros, son toda mi hacienda. He tenido varios hijos, 6 ó 7 que sepa con seguridad, pero sólo a dos he reconocido. Creo que es suficiente. Desconozco el amor, al menos como tantos lo entienden, y sin embargo no estoy libre de sus devastadores efectos. Mi testamento, que es lo único que me he atrevido a escribir, deja cláramente estipuladas ciertas instrucciones para después de mi muerte. Sin misa. Incinerado junto a mis libros. Esparcidas las cenizas en la vieja Castilla que me trajo tantos males y también mis dos únicas pasiones; la historia de un fracaso y el enjuto carácter otoñal de los antiguos sabios. Fray Martín del Almanzora y don Javier de Altos Lares son mis desinteresados albaceas.

2 comentarios:

Martín López dijo...

ya sólo me falta que me metas en la vereda religiosa, no te digo! Anda, anda...

Egoficción dijo...

Sí, para misas reserva la vednta de unos cientos de libros (los más baratos).