miércoles, 17 de junio de 2009

Miércoles 17 (3)

A veces, sólo a veces en mi caso, la burocracia es un descanso. Llevo casi dos horas y ya he hecho 12 actas... reunido, con los asistentes, sin más asuntos, etcéteras y etcéteras de lo más divertidos. Pero después de la relajación viene el cansancio y la mala conciencia. No por lo que he hecho sino por todo lo que podía haber estado haciendo de más provecho y decencia. En fin, cosas del oficio. De oficio, calafateador titulado.
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Demasiado cansado para creer que el descanso (¡!) es una solución. Demasiado confuso y prisionero. Demasiado vivo para lo que mi homeostasis requiere y a lo que me ha acostumbrado. Demasiado lobo y demasiado freudiano para salir airoso. Sin espíritu de héroe, es un ajusticiamiento lo que me espera y no una trágica e inmensa derrota. Demasiado cínico para bromear sobre mi incólume cinismo, más autocorrosivo de lo que ahora me gustaría.
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La vida noctámbula -¡ o tiempos jóvenes, en que el día era pecado!- convoca a los fantasmas de otras épocas. A los miedos y las aprensiones que creíamos olvidadas. El día tampoco es un bálsamo; su ruidosa necedad se clava como un cuchillo. Si en ella participas -poco y patosamente- sientes que te traicionas; y si no participas resultas un ente patético y fuera del mundo.

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