sábado, 1 de diciembre de 2007

Benjamenta

Todo lo que al principio nos cuenta Jakob sobre Benjamenta es cierto, pero esta verdad no es lo que parece. Ni cada hombre, en nuestros tiempos modernos, es lo que cree ser.
Es Benjamenta un Instituto de Secundaria para gente modesta, que no pretende ningún éxito social y aceptará sin resentimiento el lugar que le haya de corresponder en la sociedad. Inculcan los inexistentes profesores y los Benjamenta la obediencia, el esfuerzo y la sentida aceptación de las normas y jerarquías. Los conocimientos de las distintas materias son, por innecesarios, inexistentes. El reglamento es duro y extraño, y por eso causa el rechazo en un principio de los estudiantes. Es verdad que tal educación fomenta el conformismo y sometimiento público, pero evita la malsana e innoble -dados los tiempos modernos que corren- insatisfacción. Pero no es ésta la causa de tan parca y recia educación en el Instituto. En Benjamenta se educan muchachos realmente míseros -por sus circunstancias materiales- que acabarán ocupados en lo más bajo del escalafón laboral, pero también sujetos nobles y buenos -en un sentido antiguo y perdido de la palabra- que se capacitarán no sólo para algún oficio sino fundamentalmente para realizarse plenamente como individuos de muy altos atributos morales. La bondad eterna de Krauss o el orgullo y la inteligencia de Jakob. Musil los llamaría los hombres con los atributos perdidos. De familia de abolengo, Jakob von Gunten, realiza su individualidad a la contra de los estériles y masificadores tiempos modernos. La personal y consciente asunción de su lugar específico alejado del vulgar y materialista sentir social da al último von Gunten la posibilidad de revivir la aristocracia del espíritu (de la individualidad irrepetible) a la que ni quiere ni puede renunciar. Antes de ingresar voluntariamente en Benjamenta, Jakob ha roto con su familia, a la que siempre querrá y de la que se sabe parte.

"Hace ya algún tiempo que el mundo gira en torno al dinero, ya no en torno a la
historia. Todas esas virtudes del pasado que usted tanto ventila no desempeñan ya, como habrá podido observar, papel alguno".

"La masa es el esclavo de nuestro tiempo, y el individuo, el esclavo de la grandiosa idea de masa. Ya no hay nada bello ni excelente. Lo bello, lo bueno y lo justo has de soñarlo tú mismo".

"Qué es uno realmente en medio de ese oleaje, de esa abigarrada corriente humana que no tiene cuando acabar".

Quizá realiza Jakob un ideal premoderno, de antes del ruido y de la zafiedad, de cuando los von Gunten eran gloriosos guerreros, de antes del éxito animal y del dinerismo avasallador. Pero igual está también realizando más hondamente el verdadero sentido de esa modernidad desecante. Jakob no quiere compasión ni quiere que se reconozca públicamente su verdadera opción vital. No le preocupa -aquí es donde demuestra la fortaleza y nobleza de espíritu- parecer un fracasado. La mediocridad y el fracaso, cuando son medidos por una sociedad superficial y prisionera de lo inmediato, puede resultar, es el caso de Kraus y Jakob, un triunfo y un excelencia interiores más verdaderas. Jakob lo sabe, Kraus, pero esto no es importante, lo desconoce.

Kraus y Jakob, pero esto siempre lo ignorará Kraus, son muy parecidos, pues ambos rechazan la existencia como un simple escenario para el medro y la mentira. Ninguno de ellos cree que el dinero y el aplauso de los demás deba ser la norma de su conducta. Ambos creen que cada individuo ha de ser el responsable de su propia vida a la que ha de ser fiel conforme a algunos valores tenidos por despreciables o que se identifican con el fracaso: la bondad, el esfuerzo, el orden, la inteligencia, la modestia, el respeto a los demás. Jacob, al contrario que su amigo, sí intuye y descifra el sentido de los tiempos. Lo que Kraus realiza como por instinto, se lo impone conscientemente Jakob como su mejor forma de vida. Se trata de una lucidez autocallada y a su modo activa y exigente. "Me gusta permanecer a la escucha de eso que se niega a ser oído". Kraus es el ideal de Jakob.

"Kraus sólo quiere lo bueno, lo justo. Y esto que digo no es una exageración.
Jamás tiene malas intenciones. Sus ojos son aterradoramente bondadosos. ¿Qué
puede desear un personaje así en un mundo como éste, adiestrado y programado
para vivir de la garrulería, el engaño y la vanidad?"

Su hermano Johann ha alcanzado cierto éxito artístico y se preocupa para que Jakob no fracase. Pero Johann está triste y reconoce -aunque él mismo no es consciente de cuanto dice- la falsedad del mundo artístico establecido y la hipocresía y vacuidad entre las élites modernamente encaramadas arriba de la sociedad. "Trápalas" los llama.

El dirtector Benjamenta y la maestra Benjamenta, su hermana, son de la estirpe de Kraus y Jakob, y reconocen en Jakob el más cabal y portentoso cumplimiento de ese ideal del hombre libre. Es la libertad lo que es irrealizable en un mundo animalizado y prisionero de lo superficial y efímero:
"Tal vez los hombres de hoy seamos todos una especie de esclavos, dominados por
una concepción del mundo enojosa, innoble, fustigante".
La Modernidad, sin embargo ha ocurrido y sin marcha atrás posible. Jakob sabe que Dios ha muerto y sabe que nada hay que por sí mismo e incondicionalmente valga la pena o tenga algún significado imperecedero. Esta convicción la comparte con el resto de sus contemporáneos, pero al contrario que ellos que se lanzan ciegamente a las exigencias materiales del día a día entregando así el alma al tiempo corriente y vendiéndola por éxito y materialidad, Jakob descubre y realiza que el proyecto verdaderamente humano -inteligente y libre- consiste en el no sometimiento. Somos, cada cual, un enigma insoluble para nosotros mismos, como no se cansa de repetirse Jakob, en un Universo inmenso e inapresable. Nuestra sociedad no deja sitio para la individualidad creadora, que es la gran pasión de Jakob; en nuestra sociedad no hay libertad, y Jakob quiere ser libre.

"Siento cuán poco me concierne aquello que se denomina mundo, y que grande y
fascinante me parece lo que yo, en mi fuero más interno, llamo mundo".

"La masa es el esclavo de nuestro tiempo, y el individuo, el esclavo de la grandiosa idea de masa. Ya no hay nada bello ni excelente. Lo bello, lo bueno y lo justo has de soñarlo tú mismo".

Pero la libertad interior -como el Eterno Retorno nietzscheano- con ser el valor absoluto es trágica. "Hay que bailar en la libertad. Es fría y hermosa. Pero no te enamores de ella. No haría más que entristecerte, pues sólo por breves momentos, y no más, podemos detenernos en las moradas de la libertad". Por eso hay que ser lúcido sin caer en el estéril y afectado intelectualismo: "también es preciso pensar, y mucho. Pero someterse es muchísimo más refinado que pensar. Quien piensa se subleva, y esto es siempre tan feo, tan nocivo...¡si los pensadores supieran cuántas cosas echan a perder!" Moderno hasta los tuétanos sabe Jakob de la imposibilidad de ninguna opción salvadora, simplemente opta y se esfuerza por la más digna, la menos embrutecedora, la que no le haga a él girar animalmente en torno al dinero, el triunfo público, al estar a la altura de los tiempos y de lo socialmente impuesto. Se trata en definitiva de un alegato -al alcance sólo de las almas más noblesy fuertes- por la libertad e individualidad posible. Porque esta es la pregunta que subyace al relato, que es la duda que espolea siempre a Jakob; ¿qué significa ser hombre, quién soy yo y que quiero yo realmente, en este solitario Universo tan vacío y vertiginoso?. La verdadera y aristocrática modestia que no es hija ni de la ruindad ni del desprecio, ni menos aun del miedo. ¡Por eso no se odia a sí mismo, a pesar de su lucidez, ni odia a los demás ni al mundo! De ahí, de ese sano corazón, la modesta energía para una modesta y lúcida existencia individual en medio de ese maravilloso azar en que podemos soñar a todos los hombres como seres humanos íntegros. ¿Es esto la libertad?

"¡Hombres, sí, nada más que hombres y más hombres! Lo siento intensamente: amo a los seres humanos. Sus locuras y enojos súbitos me son más queridos y preciosos que los más grandes prodigios de la naturaleza".
Jakob tiene bastante de estoico, su psicología es la de la resignación del vencedor. Victoria pírrica -sobre sí mismo y sobre el mundo- que no le lleva ni al desencanto ni al avasallamiento, sino a la simple acción, ¡tan olvidada!, de vivir. Jakob von Gunten se esfuerza por experimentar la vida; sabe que de no obligarse a quererlo así terminaría él mismo desecado en un intempestivo solipsismo. El sentimiento de Jakob por los hombres y las circunstancias es como el de una feliz indulgencia, a un paso, quizá, de la inapresable compasión. Lo trágico es que la noble respuesta del último von Gunten exige una voluntad y un corazón a la contra de cuanto nos han enseñado que es deseable, y que tal individual esfuerzo no tendrá jamás como recompensa ni el reconocimiento de los demás ni el de ningún Dios.

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