martes, 11 de diciembre de 2007

Cazo corderos

Este es un escrito antiguo. Sonrojante en muchos aspectos. Su utilidad para mí, su actualidad, es la posdata de ahora.

Cazo corderos. No es una tarea fácil ni simple, y aunque es en la tierra firme de la muerte donde ejercito esta vocación mía, nunca he vertido ni una gota de sangre que no me perteneciera. El muerto siempre soy yo, y no los innumerables e inmortales corderos que acecho ni el dragón grandote al que sigo la pista desde hace tanto. Hago esto, así soy, digamos que por vocación. De esto, de este apego mío que ocupa mi tiempo, del tiempo que me ocupa y acorrala, quiero hablar.
Desde muy temprano; ante una gran mesa de madera antigua, con un horrible y mutilado flexo verde que un pariente me endosó, no sé por qué, y rodeado por la gran enciclopedia Durvan –¡veinte, veinte volúmenes repletos de letras!- me encontraba por azar, así lo supongo, una noche de mi niñez. Fue una revelación, una experiencia, y no sólo un recuerdo, de lo sobrenatural. Otras vigilias, otros flexos, mesas, sillas y libros han ido sucediéndose, construyendo y transformando mi universo; porque eso sucedió aquella noche, que descubrí mi Universo. Al menos, su cara apolínea y bella, la primera con la que la nada nos habla... para ir mostrándose de más en más hasta... Quiso mi temperamento y carácter, o lo que me habían enseñado, mi ser y estar azarosos, quiero decir, que aquella noche fuese más feliz que nunca hasta entonces, y, en cualquier caso, de un modo nuevo hasta ese momento. Disfruté la belleza de la mismidad y la soledad. Muchas veces he pensado e interpretado aquello, y una sola palabra lo define; autenticidad. Confusa y vagamente demasiadas cosas me digo con esta expresión.
Lo más real, lo único real, el sentimiento de ser uno con las cosas que son mi universo, la felicidad posible, la despreocupación más absoluta por el sentido y el trasmundo de nada, la más lucida y bienhechora inmunización para todo lo abstracto y lo groseramente concreto... Un nuevo modo de experimentar lo real y de experimentarme más allá de mí mismo pero sin anularme de ninguna manera. En el universo de cada cual, al menos en el mío, no caben las abstracciones, que quedan desplazadas y abolidas por la evidencia existencial de la autenticidad.
Hoy ya sé que aquella no fue la soledad auténtica, que no es posible sin sentir el crujido del alma que se parte contra los barrotes del mundo y de sí misma. Lo que hoy ya sé no podía intuirlo entonces. Yo cacé aquella noche mi primer cordero (el único, el mismo que vuelve siempre) y sin yo saberlo entonces, comenzó mi muerte (que vuelve siempre, aunque cada vez con menos ensañamiento; ¡cómo matar o resucitar a un cadáver!). De lo importante siempre nos damos cuenta demasiado tarde. Sólo sabes de la muerte cuando ya está muerto. ¡Si al menos fuese posible la agonía heroica, o el olvido más absoluto!.
Ante aquellos volúmenes de la Durvan descubrí, entre aterrado y divertido, que casi todos los temas me interesaban, que lo imprescindible y sagrado eran las letras mismas y no el mundo que pretendían representar. No, no una estúpida repetición del mundo, sino éste de verdad; el signo es signo de sí, y es más real que ‘cualquier realidad’, que ‘toda la realidad’, que ‘el universo’, que ‘yo mismo’. Yo, yo, yo... un sano prejuicio entonces, y hoy una maliciente enfermedad. Yo me sabía parte de aquellos volúmenes, yo era su demiurgo; los resumía, los esquematizaba y coloreaba... una y otra vez, un tomo tras otro, al azar, libre, bella y felizmente. Ahora lo comprendo; yo ya era entonces, aún sin saberlo, un escéptico y un cínico. En nada que no fuese mi absurda, fantasmagórica y autosuficiente labor de copista creía ni podría jamás creer. Yo ya era, aún sin saberlo, un nihilista avergonzado.
Claro que me llamaba la vida, como aún hoy lo hace, a sus coloridos y sensuales aturdimientos, al ajetreo de los vicios cristianos, al placer vital que trasciende todas las teorías... pero -¿azar, maldición, providencia?- siempre salí perdiendo en mi trato con la existencia y volvía como robado de mis excursiones vitales. Como puede suponerse, mi suerte ya estaba echada. Me avergonzaba del mundo y de los demás y me culpabilizaba yo por sentir su atracción; cada vez más, y sin dejar jamás de sentir su llamada, era yo incapaz para la vida normal y para los demás; sufriendo mi ineptitud fui recluyéndome cada vez más en los libros, y no para aprender el mundo sino para renunciar a él. Mi vocación es cazar corderos, tal vez sólo aquel de aquella noche en que los corderos me cazaron a mí.
Pues bien, me hice filósofo. A pesar de las nulas expectativas laborales de tan presuntuosa y falsa titulación; mi escepticismo y mi gusto por las letras vacías sólo me dejaron esta opción. Realmente, como buen hidalgo, sólo paso el tiempo trampeando con mis instintos y cazando corderos. Los quiero e intento pensarlos, despierto los acecho, y cuando ellos duermen los acaricio. Cazo corderos cuando ellos son lo único real, cuando sólo a ellos escucho y hablo. Cazo corderos, desde hace ya tanto... ¡no puedo mentirme; jamás he cazado ninguno!. Tal vez recuerdo aquellas noche de antaño sobre la enciclopedia como noches de estrellas y corderos (y a mí hubo un tiempo que así me lo pareció realmente), pero no, no es así y yo lo sé. Aquellas noches y aquella primera noche un niño fue atrapado por la serpiente.
Una serpiente... Y fui tragado y casi en el acto morí. Me siento el sueño de la serpiente que dormita su presa.
Un sueño... Sueña la serpiente que caza corderos mientras mi sangre la alimenta. Y sueñan los corderos de su sueño con un dragón. Y mientras, yo no podré soñar corderos, ni ser feliz ni un héroe. Sólo me queda mi dragón.

epílogo: vocabulario innecesario.

sueño: Cada crujido de la nada retorciéndose. Se siente en el alma, y parece que es ella la que quiebra.

cordero: Un sueño que nos arrastra y ante el que nada tiene valor ni importancia. La nada misma desaparece ante un cordero. No es un principio abstracto ni una mera fantasía, pues tienen nombre propio, como Kari o Lunafán.

serpiente: La nada comiéndose un cordero. Muchas veces ocurre. Sin serpientes no hay corderos.

dragón: Es una especie de cordero y serpiente; un cordero muy lúcido (un sueño que toma vida propia y se busca a sí mismo) o una serpiente que se ha vuelto buena (o que eso sueña).


Posdata de ahora mismo: en este textillo de hace 8 ó 9 años reconozco muchos de mis actuales prejuicios. También pienso que el parecido es más aparente que real, pues sé exactamente cómo experimentaba yo la muerte, el cinismo, el nihilismo... ¡demasiado heróicamente, demasiado intelectualmente! Podría decirse, por rescatar el texto, que en estos últimos años he perfeccionado (yo soy un ser muy de su tiempo) mi cinismo hasta convertirlo -sin dejar de ser él pero siendo también algo distinto- en honestidad. También, y con esto acabo, decir que en ese pequeño escrito echo de menos el CANSANCIO que tan dulce y maquinalmente me cobija y me carcome en los últimos tiempos.

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